15 de marzo de 2009

Un Papa solo y una curia caótica


La carta de Benedicto XVI para aclarar la polémica del perdón a los lefevbrianos, el grupo ultraconservador separado de la Iglesia en 1988, ha causado una conmoción sin precedentes en este pontificado, y cuesta recordar una así en el de Juan Pablo II. Ratzinger lamentó «el odio sin reservas» de algunos católicos y hasta dijo que en la Iglesia «se muerde y devora».
«La lucidez del análisis papal no evita cuestiones abiertas y difíciles, como la necesidad de una comunicación más preparada en un contexto donde la información está expuesta a manipulaciones, entre ellas la fuga de noticias, que cuesta no definir mísera. También dentro de la Curia, organismo históricamente colegial y que tiene un deber de ejemplaridad».
La Curia, el organigrama de oficinas que hace funcionar la Santa Sede, sigue la mejor tradición italiana de componendas palaciegas. Es una cosa muy romana. Juan Pablo II cayó aquí como un marciano y dejó hacer y deshacer.
En este caso el Vaticano ha reaccionado tarde y mal. «Nunca había visto un escrito de un Papa tan personal y abierto», ha dicho asombrado Robert Zollitsch.